“¡Sigue tu pasión!” puede que sea la frase más cliché y pavosa del proceso de marca personal, pero, si somos justos, su verdad tiene… claro, para aquellos que saben exactamente qué es su pasión. Algo que no es una realidad para muchos de los mortales.
Es más, si nos sinceramos, la mayoría de nosotros lo que hace es divagar por años entre dudas y sueños o poner en marcha un sacrificado plan de ensayo y error, “para ver si la pega”.
Elizabeth Gilbert sería más benevolente y nos diría que no tenemos que seguir nuestra pasión, que lo que debemos seguir es nuestra curiosidad, un approach que siempre me ha resultado acertado y fascinante a partes iguales. Es una perspectiva retadora y alentadora, que nos hace sentir menos perdidos en nuestra búsqueda, pero hay que tener cuidado, porque la curiosidad suelta puede ser errática y escurridiza, por eso hoy vamos a darle pistas. Vamos a intentar que juegue en nuestro equipo y que sea una herramienta útil y de crecimiento.
Hay muchas formas de darle pistas, pero hay dos momentos de nuestra vida en los que podemos sumergirnos para (re)descubrirnos en situaciones, actividades o pensamientos que cumplían con las características básicas de una pasión: regalarnos placer absoluto, a la vez que perdíamos la noción del tiempo o de los problemas.
¿De qué hablamos? De la niñez y los momentos de crisis.
No, no son los únicos, pero son dos contextos por los cuales la mayoría de nosotros hemos pasado y en los que podemos ver “fácilmente” pistas que ayuden a nuestra curiosidad a hacerse las preguntas correctas que, quizás, orienten la construcción de nuestra marca personal. Vamos a ver cada por qué.
Cuando somos niños nuestros esquemas de deseabilidad social, de responsabilidades, de autocrítica o de pensamientos limitantes están menos o mínimamente desarrollados. Es una época en la que somos (o tendemos a ser) más libres de pensar, hacer o sentir, sin tantos mandatos, por lo tanto encontramos y vivimos el disfrute sin pensar en las consecuencias y dejando que nuestra personalidad, nuestros intereses y nuestras habilidades se expresen sin (o con poca) coacción nuestra o de terceros.
Por eso, hacerte la pregunta “¿qué disfrutabas hacer de pequeño?” puede revelarte que dedicabas tu tiempo a “algo” que hoy jamás se te hubiera ocurrido o que tienes un interés que puedes desarrollar con alguna actividad más propia de la vida adulta. Puede que no encuentres respuestas, pero no lo sabrás hasta que te lo preguntes.
Por su parte, las crisis son todo lo contrario, generalmente son momentos de gran dificultad, pero, al igual que en la niñez, puede que las barreras de nuestra deseabilidad social y de nuestros pensamientos bajen. Enfrentarnos a la dificultad del momento nos hace poner en perspectiva qué es realmente importante y muchas veces, sin darnos cuenta, empezamos a buscar refugios o escapes a esa realidad que nos resulta abrumadora.
Puede ser una búsqueda consciente o producto de la inercia, pero en ella encontremos cierto sosiego y desconexión. Es así como, una situación de crisis, puede que te desconecte de la realidad para conectarte contigo mismo y lo que realmente disfrutas. No es casualidad que tras una migración, la perdida de un trabajo o la muerte de un familiar querido, muchas personas se encuentren a sí mismas disfrutando de actividades como la cocina, emprendiendo proyectos literarios o sumergiéndose en un viaje de mochilero que les cambia la vida.
Lo importante es que haces con “eso” cuando sales de esos dos momentos. En los dos casos la intención inicial no está en vivir activamente de aquello que se disfruta, pero todos tenemos la habilidad de tomar la oportunidad y el descubrimiento, para transformarlo en un eje de nuestra marca personal y desde “ahí” aportar valor al mundo disfrutando lo que ofrecemos con total entrega y libertad.
Solo hay que seguir las pistas.
Nos leemos pronto.
Nat
Foto de Hugues de BUYER-MIMEURE tomada de Unsplash