Eran las 3:00 am cuando los celulares empezaron a sonar de manera descontrolada. “Estafadores, alcohólica, delincuentes, basura…” es lo único que me atrevo a transcribir de la avalancha de insultos y amenazas que a través de las redes sociales, e incluso llamadas telefónicas, recibía una joven pareja de inmigrantes en la capital española.
¿Qué estaba pasando? ¿Cómo habían conseguido sus números de teléfono? Faltaban solo 3 horas para que tuvieran que comenzar con su rutina diaria, pero dormir no era opción ¿Cómo podían dormir?
Hace apenas un año y medio que habían decidido cerrar su empresa y dejar su país para disfrutar de placeres tan obvios como sentirse seguros o ir a un supermercado para comprar todo lo que pudieran sin pensar en el “no hay”.
Su empresa, en los tres años que duró, creció más allá de sus expectativas. No había un solo fin de semana libre. Su labor era de tiempo completo. Se dedicaban a la fotografía y video documental para bodas.
Lastimosamente el país caminaba en dirección contraria a su negocio y aunque no era fácil, era lo mejor. Cerrar todo, hacer maletas e irse.
El mundo de las bodas ya había quedado atrás, o eso creían ellos. Jamás imaginaron que esa madrugada de viernes la pasarían en vilo por algo que había sucedido 2 años antes.
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Un video que ponía en duda su calidad humana y profesional apareció en el canal de YouTube de una vlogger con 1.6m de seguidores.
Y aunque ella no menciona a los fotógrafos que cubrieron su boda, sí deja en la descripción el link a otro video en el que sale el nombre de la compañía y que permite atar los cabos sueltos.
Una labor fácil para una horda de seguidores, que con fe ciega en las palabras de su ídolo, solo podían actuar movidos por su indignación.
Dolientes instantáneos, a quienes dedico este escrito.
No voy a parar a cuestionar la moralidad, oportunismo o necesidad que hay detrás de un video así. Ni siquiera repararé en la versión de los hechos que esta influencer narra, ni en los argumentos que podrían desmontar algunas de sus afirmaciones.
No. Ella no justifica más líneas de las que he escrito. Pero sus seguidores sí. Porque ellos personificaron lo que (en mi opinión) es uno de los grandes enemigos de la humanidad.
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Grandes desgracias del mundo se sustentan en él. Tiene la espeluznante capacidad de filtrarse en nuestras vidas sin notarlo. Su poder de destrucción nos vuelve marionetas y nos convertimos en un saco de emociones sin filtros, sin parámetros, sin entender de razones.
Una palabra lo resume: fanatismo.
Y no hablo solo de miles de adolescentes al borde la histeria en un concierto o insultando en masa a completos desconocidos por palabras de una persona que, siendo sinceros, tampoco conocen. También hablo del que está detrás de las grandes guerras de la historia, de los países sumergidos en la pobreza, del futbol intolerante o de Donald Trump.
Cuando dejamos de cuestionar y empezamos a seguir en forma ciega a una figura, un pensamiento, una persona.
Cuando queremos pensar que algo es totalmente bueno o totalmente malo.
Cuando solo vemos el blanco o el negro y omitimos todos los grises que hay.
Se supone que estamos en la cima del reino animal, de la cadena alimenticia, porque tenemos esa increíble habilidad cognitiva llamada pensamiento. Supuestamente estamos dotados de razón y gozamos de nuestro libre albedrío. Pero todo eso queda suprimido cuando como fanáticos de algo o de alguien, actuamos presos de la emoción sin pensar en el daño que hacemos o el trasfondo de las acciones que tomamos.
Entonces ¿por qué creer en algo o en alguien sin cuestionarnos?
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Para ser sincera, no sabía si escribir esto aquí. Pero me di cuenta que aquí era perfecto.
Porque así como me alarma la capacidad destructiva de personas que hacen daño solo por seguir una corriente o a una persona, también he llegado a cuestionar la capacidad ciega que podemos tener ante una lovemark.
Sí, mi trabajo es crear marcas, que triunfen en el mercado y que enamoren con sus acciones. Pero eso no es sinónimo de crear consumidores marionetas.
Que una marca saque su mejor artillería a relucir no nos quita a nosotros, los consumidores (porque antes que planner soy consumidora), la capacidad de dudar, evaluar y decidir si estamos siendo consumidores inteligentes, ya sea de un refresco, una marca de ropa o un video de YouTube.
Si crees que tus acciones pueden causar -directa o indirectamente- algún tipo de daño a ti, a otros… piénsalo dos veces. O, sencillamente, piénsalo.
La torre de amenazas e insultos que avasalló a nuestra joven pareja, que ya había dejado atrás las cámaras para reinventarse profesionalmente en un nuevo país, es solo una de las muchas formas que puede adoptar el fanatismo. Algo difícil de parar o controlar, una vez que se ha desbordado.
Porque a las 3:00 am, ver y sentir como desconocidos arremeten contra ti, solo demuestra que “el fanatismo puede hacer que personas buenas hagan cosas malas”.
Comentarios
Hay 1 comentario en este artículo.
Nómada Enrique
Estupendo!