¿Qué fui una niña prodigio que decidió estudiar dos carreras universitarias para no desperdiciar su talento? No. Más bien era una adolescente de 17 años, bastante indecisa, que hizo el propedéutico de Ingeniería y Arquitectura pero terminó presentándose para las pruebas de ingreso de las carreras humanistas y que después no sabía cómo decidirse entre Psicología y Comunicación Social.
Ya les he contado que la lucidez en el camino me llegó en 5to semestre (lo que quiere decir que estuve la mitad de las carreras deambulando profesionalmente) y en el 2010, cuando pisé por primera vez una agencia de publicidad, supe que quería ser Planner. Sabía que el orden de los factores era poner mis conocimientos de psicología al servicio del marketing, me sentía cómoda, estaba en mi elemento haciendo las cosas de esa manera y pensé que esa sería mi carrera forever and ever.
Hasta el año pasado que, con una serie de cambios circunstanciales en mi vida, la famosa indecisión de los 17 volvió a aparecer, con la gran diferencia de una década de por medio. Ahora tengo 27 y de adolescente no me queda mucho (o eso espero), así que afortunadamente mis decisiones están siendo un poco más pensadas en esta ocasión.
¿Y qué pasa si invierto los factores y pongo los conocimientos del marketing al servicio de la psicología? ¿Y si me especializo en marca personal? ¿Y si dejo de ser la peor psicóloga del mundo para regresar a mi humanidad?
Elizabeth Gilbert llegó con
un fabuloso artículo a mi vida hablando que hay cosas que
no tienen que ser excluyentes. Descubrí que aplicar la psicología al marketing o el marketing a la psicología eran dos vertientes de mi Carrera. Soy
Psicóloga de Marcas, y las personas están en su derecho (por no decir deber) de conocer, trabajar y gestionar su marca más importante, ellos mismos.
Decir que las personas “se venden” suena mal, pensar en trata de blancas o prostitución parecería lo más evidentes, lo sé, pero la realidad es que lo hacemos, consciente o inconscientemente (preferiblemente si es consciente) cada día de nuestra vida nos vendemos y no tiene nada que ver con dejar nuestra libertad/Integridad de lado. Desde pequeños buscamos la manera de posicionarnos y, ya de mayores, buscamos que ese posicionamiento sea rentable.
Las marcas han evolucionado hasta creerse personas. Tienen personalidad, tono comunicacional, incluso, hasta apariencia física y emociones. Las marcas viven aprendiendo de las personas en ese continuo andar de “conectar” mejor.
Así que si me preguntan, es hora que seamos más los que nos sumemos a
darle la vuelta a esta historia. Creo que mi momento de
cambio o, mejor dicho, de evolución. Porque podemos hablar de valor, aprendizaje, conexión y rentabilidad si somos “marca persona o viceversa.”